Articulo publicado en el diario La Razón el miércoles 30 de noviembre de 2016...

“En el centro de Europa están conspirando. El hecho data de 1291. Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas. Han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades. Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios, porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que todas las empresas del hombre son igualmente vanas. Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lanzas enemigas para que sus camaradas avancen. Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee. En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre de razón y de firme fe. Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias. Mañana serán todo el planeta. Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético.”

Lo que acabamos de leer es el poema “Los conjurados” de Jorge Luis Borges, escrito en 1985, un año antes de su muerte.

Incluir este texto procura estimularnos como sociedad, enamorada del conflicto como forma de relacionamiento, y convertirnos en ciudadanos razonables. Es un reto inevitable si anhelamos un horizonte con futuro. Es imprescindible enfocarnos en la dirección del diálogo, el respeto por la diversidad y el pluralismo y hacia una actitud que comprenda el disenso como una forma creativa de crecer juntos.

Los ejemplos deben provenir de quienes mayores responsabilidades ejercen. La violencia encuentra frecuentemente comprometida a la propia dirigencia política con sus exabruptos, descalificaciones y debates que se asemejan a riñas entre barras bravas. Quien descalifica a otros se descalifica a sí mismo. Lo que cabe es porfiar por las ideas.

La palabra es un bien extraordinario que tenemos los seres humanos para comunicarnos. Honrarla es una obligación. No se la debería bastardear abusando de su utilización para la superficialidad o la nada. Tendríamos que acostumbrarnos a escuchar el sonido estentóreo de los silencios.

Cabría preguntarnos, en particular a la política, ¿dónde están los inocentes de nuestro fracaso? Con humildad y contrición habría que interrogarse acerca del momento en extraviamos el rumbo y nos alejamos del destino que aventuraba un final diferente. Hoy transitamos una ciénaga social que nos avergüenza. No hay espacio para la demagogia, las falsas promesas ni el entusiasmo estéril. Lo que nos queda por delante es el trabajo serio, esforzado, sostenido en el tiempo y con transparencia extrema.

 

Norberto Rodríguez

Secretario General de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA