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La pandemia no causó, ¡Evidenció!

Coordinado por Santiago Prieto

La superstición trae mala suerte.

Raymond Smullyan (1919-2017)

En esta sección se busca aportar a las reflexiones acerca de lo que sigue a este lapso de alarma y preocupación, a esta crisis que genera la pandemia del COVID-19. Es decir que trataremos de acercar contribuciones para pensar qué cosas serán iguales y cuáles distintas, quiénes seremos, qué sociedad conformaremos, qué roles y qué lugar se le requerirán a los Estados, qué impacto tendrá sobre las relaciones sociales y productivas. Qué aprenderemos de esta pandemia.

La humanidad debió afrontar diversas crisis en su historia, varias de ellas desatadas por epidemias masivas que la pusieron a ella y a la civilización en grave riesgo, a veces al borde del precipicio. Sólo por citar un par de ejemplos, se estima que la peste del siglo XIV (en no casual combinación de una bacteria con procesos de conquista y dominación) terminó con la vida de entre el 50 y el 60 % de la población europea. Mucho más cerca, entre 1918 y 1919, la llamada gripe española fue responsable de la muerte de alrededor de 50 millones de personas.

Hoy la ciencia tiene más recursos, más razones y genera mejores respuestas. Seguramente esta pandemia del COVID-19 tendrá consecuencias menos dramáticas en términos de cantidades. No obstante, probablemente cuestionará los modos en que nuestras sociedades se organizan, distribuyen los recursos, atienden la salud, gestionan la educación y no sólo en los momentos de las crisis. A lo mejor, la solidaridad reaparecerá no sólo como un valor deseable en lo individual sino también como un atributo exigido a los modos de organización social, económica y política. Sobre estos y otros aspectos pensaremos juntos. Tal vez al mirarnos en esta situación crítica y atípica descubriremos que si constituimos una sociedad -y una humanidad- justa y todos estuviéramos bien, todos viviríamos mejor.

6.500 km. de distancia, sin desconocer las particularidades y los aspectos específicos culturales, sociales y políticos, parecen, al mismo tiempo, no hacer más que resaltar las semejanzas en los modos en que se manifiesta un mundo globalizado como el que vivimos. La pandemia desnuda condiciones preexistentes que se presentaban naturalizadas. Reflexiones de un educador destacado desde el norte de América Latina que contribuyen al pensamiento en nuestras circunstancias, tan semejantes, y ponen una mirada esperanzadora hacia la construcción de un mundo mejor.

 

LA PANDEMIA NO CAUSÓ, ¡EVIDENCIÓ!

Por Carlos Aldana Mendoza (Guatemala) (*)

En países como los centroamericanos, pero sin grandes diferencias con la inmensa mayoría latinoamericana, la pandemia pegó de muchas maneras. Y pareció que la novedad, lo inesperado, lo inédito del asunto, era la causa de los grandes problemas estructurales y concretos que viven los pueblos empobrecidos y excluidos.

Sin embargo, está claro que todas las crisis que vivimos en estos meses oscuros no son causadas por un virus que llegó para instalarse por mucho tiempo. Nuestra realidad ya estaba marcada por otros virus: el de la exclusión, el de la negación de los derechos humanos a pueblos enteros, el de la corrupción, el de la falta de espacios para la participación ciudadana, el del enriquecimiento escandaloso basado en el empobrecimiento de millones de personas.

En otras palabras, la pandemia no causó el sufrimiento actual, ¡Lo evidenció de manera rotunda!

Por ejemplo, la brecha entre millones de estudiantes latinoamericanos con incapacidad económica para contar con computadoras, teléfonos celulares y conectividad en casa y los estudiantes que sí cuentan con ello. Esta brecha no apareció ahora. Ya estaba presente, y al momento de los cierres, las restricciones y las estrategias de educación en línea, favoreció a quienes sí podían. Es muy grande el dolor y la indignación que siento al ver en mi país, Guatemala, el abandono de miles de niños y niñas pobres en áreas urbanas y rurales, quienes han visto cómo el Estado no hizo lo suficiente ni hizo lo necesario para que fueran atendidos, al menos en mínimas condiciones.

Pero en salud, en procesos económicos, en condiciones laborales de millones, el drama es aún más grave. Estar cerca de hombres y mujeres indígenas de mi país, quienes han sufrido la historia de un conflicto armado que causó 200 mil víctimas directas, me ha permitido descubrir cómo una crisis tan global como esta, tiene caras locales de hondo sufrimiento. Las restricciones, el aislamiento, la reducción de derechos, la pérdida de trabajo o de recursos económicos, así como el miedo y las necesarias medidas para evitar el contagio y la muerte, agrandan el peso de una historia que el pueblo más sufrido lleva en sus espaldas.

Sin embargo, también es maravilloso descubrir cómo, entre tanta incertidumbre, miedo y tormento, aparecen las sonrisas, las luchas, las estrategias, las maneras de construir solidaridad. La resiliencia comunitaria que hemos presenciado en comunidades pobres y rurales, compartiendo lo poco que tienen, no perdiendo la esperanza ni el motivo para vivir y para mantener sus luchas, es una buena noticia. Constituye un pequeño giro de luz en medio de tanta oscuridad. ¡Cómo no ser tocados por alguien que, entre la extrema pobreza y el abandono, es capaz de sonreír y de compartirte un poco de comida!

Y lo mejor es que esa fuerza de vida no proviene ni de centros académicos o científicos, ni de grandes doctores, ni de corporaciones globales. Mucho menos de los políticos tradicionales.  Viene del pueblo que ha sabido resistir y pasar otras noches, tan oscuras y penetrantes como esta del Covid 19. Que, con 500 años de invasiones y golpes, siguen vivos y educadores para quienes crean en la profundidad del pensamiento originario.

No hay duda de que en esta pandemia no todos han sufrido ni han sido afectados. Los más pobres y excluidos, en masa completa han sido los más golpeados, eso es evidente. Pero los grandes empresarios, sobre todo de algunos bienes o servicios, han visto cómo esta crisis los enriquece más. De esto no hay duda.

Pero algunos planteamientos necesitamos compartir para que juntos, pueblos y organizaciones, podamos salir adelante, más allá de lo que gobiernos y empresarios pretendan hacer (o imponer).

En primer lugar, necesitamos tener claro que no se trata de asustarse, pero sí de cuidarse. El miedo extremo no ayuda, y va a impedir que podamos salir bien de esta situación. Los efectos psicosociales posteriores a la pandemia pueden ser tanto o más graves que lo vivido en la actualidad. No hay que asustarse a niveles que nos deterioren profundamente. Pero tampoco se trata de descuidarnos, de considerar que es irreal el asunto. He presenciado el contagio y la muerte de gente cercana, como todos y todas ya en este momento de la pandemia, como para no creer en la magnitud del peligro. No descuidar las medidas de higiene o de atención de ciertos protocolos es fundamental. En otras palabras, necesitamos tener una posición crítica y de esperanza, pero con responsabilidad hacia nosotros y los demás.

El segundo elemento que quisiera enfatizar es el de la resiliencia generativa. Seremos capaces de salir de esto (siendo mejores, no siendo los mismos de antes), solo si nos centramos en tres acciones clave: encontrarle u otorgarle sentido a nuestra vida. Es decir, seguir luchando por otros, o encontrar luchas que nos coloquen en aportes para la sociedad. La segunda acción que nos permite salir de esto es “darnos a otros”. En la medida que nos abramos a las necesidades de los demás (lejos de encerrarnos y cuidarnos en una posición que combina miedo con egoísmo), en esa medida podremos encontrar la fuerza y la energía para que “de ésta salgamos mejor que como entramos”. Y la otra acción de la resiliencia generativa es la de creer en nuestras capacidades, en nuestras formas de vivir y hacer las cosas, en confiar en lo que somos y construimos.

También es importante que en estos momentos valoremos o reconsideremos la necesidad de unirnos a otros para construir estrategias, para diseñar luchas, para hacernos más fuertes junto a los demás en las luchas por una sociedad mejor. Se trata de reconstruir la participación ciudadana, de hacerla más vigorosa y efectiva. De abandonar el miedo al ejercicio político y convertir a la pandemia en una manera de encontrarle sentido a todo tipo de lucha por transformar la realidad.

Este debe ser un momento para que se evidencie lo que somos, lo que soñamos, lo que anhelamos para nuestras sociedades.

Quisiera lanzar una invitación final: nos han metido el concepto de “distanciamiento social”. Y eso es peligroso. No necesitamos ni merecemos estar distantes como sociedad, ni distantes o lejanos de la gente a la que amamos o a la que nos debemos. O de gente que sufre y que necesita de nuestra cercanía. Por supuesto que es importante tener “distancia física” (esa que nos dicen que ayuda a que el virus de otra persona no nos llegue fácilmente o viceversa). Enfatizo en esto porque lo que más vamos a necesitar (con o sin pandemia), es sentirnos cercanos, comprometidos y vinculados a otros. Sin esto, no hay posibilidad de que construyamos una realidad diferente, un mundo que incluya a cada persona.  La vida plena solo es posible en la medida que nos implicamos unos con otros, cercanos, sensibles entre sí.

Emocionados de ser parte de la aventura humana por defender y dignificar la vida en todas sus expresiones.

(*) Carlos Aldana Mendoza es guatemalteco, Doctor en Educación, profesor universitario y activista de derechos humanos. Antiguo miembro de la ACJ/YMCA de Guatemala.

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