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Tantas cosas teníamos pendientes

Por Javier Petit de Meurville

Los puntos no se conectan hacia adelante, sino hacia atrás. Creemos que una acción proyectará su sombra o su luz en el futuro de una manera, pero no será sino hasta más adelante en el tiempo en que lo veremos.

Un joven de 17 años, aunque renuncia a su carrera en una universidad de Portland, Oregon, se queda cursando algunas materias, aparentemente inútiles, que le atraen. Elige caligrafía. Aprende la diferencia entre Serif y Sans Serif, la belleza de las proporciones en cualquier composición, hasta en las letras. Para sobrevivir recoge botellas y las vende, recolecta manzanas junto a latinos indocumentados. Diez años después, incluirá el mouse y también familias de tipografías en las primeras McIntosh, lo que es copiado por Microsoft rápidamente, y posiblemente estén leyendo estas palabras en estas tipografías gracias a la decisión de estudios de aquel joven. Fallece como uno de los hombres más ricos del mundo.

Pero aquel joven Steve Jobs tampoco hubiese sido tal, sin las elecciones que tomó otro joven, dos mil quinientos años atrás.

El rey de Persia, Jerjes, quiere apropiarse de Grecia. Comanda una fuerza aplastante. Vence en las Termópilas, se envalentona. Ve cerca su triunfo definitivo. Más de 300 barcos, más de 250.000 persas, se encaminan a destruir el pueblo heleno. Pero los griegos ofrecen resistencia. En Salamina, ayudados por el estrecho que forman las islas, los griegos vencen a la flota invasora. El Rey Jerjes escapa a Persia.

Esquilo, así se llama el joven al que me quiero referir, soldado y dramaturgo, participa de esa lucha y escribe “Los Persas”. Elige contar el “backstage” de la derrota. No hay batallas en su obra sino el regreso del Rey Jerjes a su tierra, frustrado, dolorido. Enfrenta a su madre, a su corte que lo vio salir triunfante. Debe, incluso, enfrentar la comparación con su padre muerto, el rey Darío, que, como fantasma, aparece en la obra.

La tragedia se representó a los pocos años de la batalla de Salamina. Seguramente muchos de los protagonistas de la lucha naval decisiva, fueron espectadores en la obra. La misma les devolvió otra dimensión de sus “enemigos”, los persas. Como toda obra destinada a trascender, no describe solamente el enfrentamiento, no es una crónica de una guerra, por más que da cuenta de ello. Indaga también en las fuerzas ocultas, acaso en las decisiones que lo motivan, las tensiones internas de Jerjes.

Dos mil quinientos años atrás, para los griegos hay dos prácticas centrales en la vida de un hombre, y son ellas las que se evidencian en la tragedia de Esquilo. Darío, el padre de Jerjes, quien tuvo derrotas pero llevó a su pueblo a la grandeza a pesar de ello, practicaba la sophrosyne, la sobriedad, lo que se definía como el respeto, el control de sí mismo. Jerjes, intentando superarlo, practica la hybris, la desmesura. Enceguecido por una pronta victoria, encolumna sus trescientos barcos en un estrecho angosto sentenciando a muerte a miles de persas.

La sobriedad en oposición a la desmesura es un baluarte para los griegos. De la sophrosyne podemos imaginar que se deriva la filosofía toda, pues para el autocontrol se requiere el conocimiento. La desmesura, por su parte, es semilla de terror, de fracaso, de drama. Entre las mismas tropas la sobriedad es obligatoria para la victoria. La columna debe mantenerse para fortalecer a todos. Si uno es desmesurado, ya sea por cobarde y huye, o por temerario y se lanza antes de tiempo, debilita a todos sus compañeros.

En ese acto, en esa batalla, se logra preservar a Grecia. Si Jerjes hubiese adoptado otra táctica, logrando el triunfo, ¿cómo sería el mundo que hoy habitamos?

Nada sabríamos de Esquilo, de Platón, de Aristóteles, de Herodoto. La Ilíada y la Odisea se habrían perdido. Sin la amalgama griega, tal vez Roma no habría llegado a imperio. Acaso San Agustín no hubiera desarrollado de la misma forma el pensamiento que hoy nos lega. Con la derrota de los griegos por parte de los persas, ¿no sería distinto acaso el cristianismo? ¿Tal vez Roma adoptase el Islam y no el Nuevo Testamento?

Las derivaciones de una derrota de los griegos en Salamina, y, posteriormente, en Platea, hubiese alterado al mundo en formas que no podríamos imaginarnos hoy y que, muchos menos, podía imaginar Esquilo dos mil quinientos años atrás.

La obra “Los Persas”, de Esquilo, es la primera tragedia que se conserva, por si no tuviera suficiente valor intrínseco. Da cuenta de una sociedad donde lo bello y lo bueno se relaciona con lo verdadero. Hay en ellos un mensaje de búsqueda del saber, también de la estética, algo que todavía nos sigue inspirando.

La obra se representó nuevamente en vivo, y en streaming por primera vez, el 25 de julio de este año, en medio de la pandemia, desde uno de los teatros más antiguos, el Epidauro. Todo el mundo pudo asistir. Digitalmente, claro.

El teatro tiene la fuerza de lo presencial. Estamos reunidos, en la sombra, sentimos la respiración de los otros, los protagonistas nos hablan en vivo y en directo. Hay salas de dimensiones épicas como El Coliseo o El Colón, otras pequeñas e independientes, como el Camarín de las Musas o Timbre4, y las hay barriales. No importa el tamaño, la entrega y la vibración es la misma. Acaso por ello hasta ahora me había resistido a ver una obra de teatro en medios digitales. Era algo que tenía pendiente.

Pero me animé y valió la pena. Por si se atreven, el menú en www.alternativateatral.com es digno y amplio.

Los puntos de la historia se unen hacia atrás. No sabemos aún, y quizá no lo sepamos nosotros, lo que atravesar esta pandemia va a significar en el futuro.

Pero, así como Esquilo nos recuerda la ventaja de la sobriedad por sobre la desmesura, seguramente muchas otras obras teatrales que podamos presenciar, aunque sea digitalmente, nos aportaran más de lo que imaginamos.

Y, de paso, estaremos contribuyendo a los muchos jóvenes Esquilos que están creciendo, inadvertidamente, en estos días.

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