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Tantas cosas teníamos pendientes

Por Javier Petit de Meurville

Estamos con un pie en una época, y otro pie, en otra. Vivimos en situación de “pasaje”, sin detenernos a pensar en ello, inevitablemente.

Uno de los pendientes que tengo desde hace tiempo expresa este concepto: ordenar el stock de fotos. Implica afrontar un doble problema. Por un lado, varios estantes con álbumes de fotografías impresas. Por el otro, tarjetas de memoria, un disco rígido externo, y “la nube” con fotografías digitales. Solamente en el celular, desde agosto del 2011 hasta ayer, acumulo más de 23 mil imágenes.

¿Convendría digitalizar las fotos analógicas? ¿Sería mejor seleccionar las fotos digitales, imprimirlas y encuadernarlas en álbumes?

Soy ignorante de muchas cosas, aun de las que un día supe, y luego olvidé. Entre las últimas, las relaciones entre apertura de diafragma, tiempo de exposición y sensibilidad de la película. No es que haya sido fotógrafo, sino que en el seno de mi familia, entre tantos hermanos, y lo costoso de una cámara fotográfica, para poder sentir el “click” entre mis dedos, mi padre puso como condición que hiciera un curso. Así fue como mi mamá, cuando yo tenía 13 años, me llevó desde una casa de los suburbios, hasta el Foto Club de Buenos Aires.

Aunque muchos no lo crean, en aquella época se utilizaba un rollo de fotos, de 24 o 36 exposiciones, en blanco y negro o en color. Al sacar las 24 o 36, había que enviarlas a revelar. El proceso era costoso y el resultado, incierto. Hacíamos click en la imagen de, digamos, la Tía Etelvina, en el momento mismo en que le erraba a la silla y se iba al suelo con la ominosa copa de vino en la mano, y hasta, tal vez, dos o tres semanas después, no sabríamos qué había capturado el ojo de la cámara, si estaría borrosa, si solamente se vería una mano sosteniendo una copa por arriba de la mesa, o el momento previo a todo el suceso, cuando la tía Etelvina sonreía a carcajadas vaya uno a saber por qué.

A veces pienso que si el caballo tuviera seis patas en lugar de cuatro, estaríamos utilizando autos de seis ruedas. Es que imitamos lo que vemos y repetimos comportamientos. Recuerdo que cuando comencé a utilizar una máquina digital, cuidaba las tomas como si todavía tuviese 36 disparos. De pronto advertí que podía realizar infinidad de tomas y borrar después aquellas que no me hubiesen gustado. Es más, sabría cómo quedaba la imagen en el mismo instante. Ya no tenía que preocuparme por la apertura de diafragma ni el tiempo de exposición. Todo era automático e instantáneo. ¡Cosa e´mandinga!

La fotografía digital, sin embargo, es reciente. Su origen se vincula a la exploración espacial, pero a nivel industrial, uno de los primeros desarrollos está vinculado a la Eastman Kodak, la principal industria de fotografía en su momento. A fines de los 80 uno de sus ingenieros advirtió esta tecnología y urgió a la empresa a que volcara recursos en ella, pues era “lo que se vendría”. Lo cierto es que en ese momento la calidad de la imagen era mucho peor que la lograda con en papel, y más cara que un rollo de fotos. Los directivos, además, temían que les fagocitase el negocio de venta de rollos y revelado. No hace falta decir que unos años después, Eastman quebró.

Hasta aquí, es una historia más de cómo lo nuevo destruye lo viejo.

Hace poco, sin embargo, conocí la otra parte de la historia. El origen de la Eastman.

George Eastman era un ingeniero de Rochester, Nueva York a fines del siglo XIX que quería tener fotos de su familia en sus vacaciones. En aquella época, debería contratar un fotógrafo, llevarlo con él, esperar minutos frente a la cámara, y pagar una pequeña fortuna para tener su “placa”. Eso lo motivó a desarrollar el sistema de rollos. Lo presentó en Inglaterra, en lo que era el principal congreso de fotógrafos. Pero el rollo que proponía Eastman era de menor calidad que el de las placas de cristal, la gente no pagaría por él, y, si lo hiciese, amenazaría a la fotografía tal cual se la conocía en esa época… Frustrado, Eastman se dio cuenta que debía buscar otros canales para su invento. Así nació la Eastman Cía. Ella y sus competidores lograron que, muchos años después, un chico de un suburbio de uno de los países más australes del planeta, capturase el bochornoso momento en que su tía Etelvina se iba al suelo.

Lo que no logró Eastman fue que los directivos de la organización, conservaran el espíritu fundacional.

Es natural temer a los cambios. Tal vez no hay que olvidar que el mayor temor no es a los cambios en sí (ni siquiera a la muerte misma, el mayor de los cambios), sino a lo desconocido e incierto que hay detrás de cada cambio, de cada pasaje.

Yo ignoro muchas cosas, pero me pregunto si tal vez la forma de afrontar este temor, no sea iluminarnos con la esencia, guiarnos por el espíritu mismo que nos anima y que, creo, se mantiene más allá o más acá, de los cambios.

Y lo que ignoro también, pero espero responderme pronto, es cómo hacer para que la impresora multifunción me permita escanear las fotos en papel para digitalizarlas. Hay una de la tía Etelvina ¡que ni te cuento!

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