No hace mucho, en el diario La Nación, en una nota Hugo Beccacece rescataba el siguiente comentario de Ernesto Sábato, referido a su gozo por la pintura.

Al respecto se refería a ese goce que el hombre de hoy ha perdido por esta civilización racionalista. Todo se ha separado: el cuerpo del alma, la emoción de la razón, el arte de la ciencia, el hombre del cosmos. Todo lo que tienda a reunificar al hombre es positivo y forma parte de lo que será la síntesis futura, cuando algo deba reemplazar a este mundo catastrófico. Esta reflexión es interesante recuperarla a esta altura del año, cuando el almanaque nos va acercando a un nuevo capítulo de nuestra historia. De eso se trata, figurativamente, el comienzo de cada ciclo calendario. Nos entusiasma la posibilidad de renovar la esperanza y nos ilusionamos con el futuro. Dejamos atrás, al menos por un momento, las angustias y sentimos que la nueva aventura será provechosa y que vale la pena encararla con convicción. Volviendo a la cita de Sábato, lo importante es que también asumamos que la felicidad, en todo caso, con sus altibajos, luces y sombras, no tiene cabida en soledad. Es una sensación que se potencia en comunidad y alejada del egoísmo del individualismo que, generalmente, abruma nuestra condición humana y enturbia las relaciones sociales. La realidad nos desafía a profundizar la concepción de otredad, es decir la capacidad de respetar, reconocer y poder vivir armoniosamente con los otros que son distintos y diferentes. Nos invita a aceptar la diversidad como valor. A la vez, aparece otro concepto muy significativo: la alteridad. Se trata del interés por comprender y colocarse en el lugar del otro.
Este ejercicio fomenta el diálogo y procura eludir el permanente riesgo de conflicto. Nosotros, los ciudadanos de este hermoso país al que hemos manoseado y cascoteado sin misericordia a lo largo .de la historia, tenemos el derecho a la esperanza. Al mismo tiempo, nos asiste el deber de construirla con trabajo, esfuerzo sostenido, seriedad institucional y transparencia en todos los actos, públicos y privados. No sirve una actitud esperanzadora, fundada en la pasividad o
el optimismo insulso. La gravedad de la situación exige compromiso genuino e inclinación a la acción concreta. Cuando observemos el divague, en cualquier ámbito, en especial en el resbaloso hemisferio de la política vernácula, reaccionemos sin distracción. Hay un tercio, o más, de argentinos sufriendo la pobreza y en muchos casos la exclusión. Por respeto a ellos no podemos admitir la retórica estéril.

Norberto Rodríguez
Secretario General de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA