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¿Tantas cosas teníamos pendientes?

Por Javier Petit de Meurville 

El Presidente, rodeado por autoridades provinciales de diferentes jurisdicciones y partidos políticos, en saludable muestra de unidad ante la pandemia, el jueves 19 de marzo, anunció a las ferreterías como uno de los rubros que permanecerían abiertos durante la cuarentena decretada hasta el 31 de marzo. Muchos dicen que fue un blooper. No podían imaginar la ola de eventos imprevisibles que ese simple gesto desencadenaría en una enorme cantidad de hogares.

Por un lado, da un motivo más para salir desde nuestro domicilio hacia la vereda hostil, salvaje y solitaria, aunque prometa una caminata al sol. Por el otro, condenaba a una multitud de esforzados ciudadanos y ciudadanas argentinos a enfrentar estantes de cocina, bibliotecas en la habitación de los chicos, la silla del comedor que esta floja, el macetero torcido del balcón, la canilla que gotea y ni hablar de esa obra de ingeniería digna de la NASA o de un ingenio maligno tal vez: el depósito del baño.

¿Acaso no sabe el Presidente o sus asesores que la mayor cantidad de accidentes se dan en el ámbito domestico? ¿No intuyeron, tampoco, que era un factor más de posible discusión entre un matrimonio confinado, en el que podrían volar los "desde la navidad que me decís que lo vas a hacer" y los "justo ahora tiene que ser? estoy con un call en la oficina"? Medidas como estas son las que en verdad afectan a la ciudadanía.

Por supuesto que muchos abrazan con enjundia, alegría y destreza este tipo de cosas. Desempolvar la caja de herramientas tiene algo de transformador, de control de los elementos, de cazador presto a caer sobre su presa. Pero en la mayoría de los casos, hay que saberlo, la cosa termina con dedos machucados; paredes con algún orificio extra mal disimulado por una lata de fideos; la puerta de la alacena que por fin obtuvo esa segunda mano que esperaba desde el mundial del 86, y, que demuestra que estamos muy lejos de un Manet, de un Picasso y ni siquiera de las habilidades con los pinceles del portero del edificio de enfrente. Para artistas de la pintura mucho mejor visitar EL LOUVRE

Pero hay una necesidad de ocupar el tiempo, de dar un sentido productivo a este transitar por los días. Como si estuviéramos más preparados genéticamente para el negocio que para el ocio, olvidando que negocio es etimológicamente nec-otium, la negación del ocio, o sea que es el ocio el que define al no-ocio. El ¨dolce far niente¨, el deslizarse agradablemente por el no hacer nada, es, en sí misma una actividad. La posibilidad de enfrentar el vacío es una oportunidad de cuestionar el ser, de ¨parar la pelota¨, levantar la vista, y pensar en la próxima jugada. O, simplemente, de vernos a nosotros mismos, a quienes nos rodean, a quienes no pueden estar aquí hoy y realmente los necesitamos. Para muchos, es el ocio el origen de algunas de las mejores expresiones de la humanidad. Desde literatura (y debe haber sido mucho el otium, sino baste ver y disfrutar algunas de las obras gratuitas en LIBROS GRATIS hasta el origen de la música (si queremos inspirarnos con algunos recitales on line gratuitos podemos aprovechar estos días en Conciertos y me quedo en casa.

El ferretero merece un párrafo aparte. Mezcla de políglota, docente de escuela técnica y mago.  Es capaz de diferenciar el ¨coso ese¨, del ¨Cosito que va en¨, del ¨cuchiflito con el que..¨. Su sabiduría es de un rango tan amplio, que puede improvisar un curso acelerado de destapación de cañerías, de electricidad básica para lámparas de pie o de enduido de paredes. Nos demuestra que una tira de plástico con agujeros colocada correctamente tiene la magia de detener ese flujo de agua constante de la mochila del inodoro que nos daba justo en la nuca a la hora de dormir. También tienen una habilidad especial para interpretar el carácter de cada persona y hablarles en el tono adecuado a cada uno para ser comprendido. Hay un reconocimiento parcial a este esforzado personaje de nuestra vida urbana en la película CUENTO CHINO, encarnado por Ricardo Darín en una de sus mejores interpretaciones. No hace falta recordar la muy buena propuesta de cine de ayer y de hoy que hay entre nuestros artistas y que podes encontrar acá en CINE.AR.

En mi caso particular, la víctima de mis destrezas fue un portafilm. Para quien no sabe qué es un portafilm, le puede preguntar a mi mujer, o a la suya, seguramente lo conocen bien. Se trata de un artefacto que permite colocar el rollo de film de polietileno, el rollo del film de aluminio y el rollo de papel de cocina al mismo tiempo. Después de media hora, cinco agujeros para cuatro tornillos, una remera transpirada y el piso de la cocina lleno de polvo, quedo perfecto y solamente con el rollo de papel de cocina, porque, claro, la verdad es que el film de polietileno y el aluminio nunca recordas comprarlo. En tu caso, querido lector, lectora, cuál ha sido tu obra maestra o tu fracaso rotundo en estos dias? Hay sorteo de una gorra YMCA entre quienes contesten al mail ymca@ymca.org.ar  antes del domingo 5 de abril, pueden incluir fotos.

La pinza, el martillo, la perforadora, y las brocas vuelven a su lugar. Pero siempre, invariablemente, un destornillador rebelde queda vagando por distintos lugares de la casa. Aparece en el cajón de los cubiertos, se muda al aparador del televisor, lo encontramos de golpe en la mesita al lado del control remoto del aire acondicionado. Lo miramos con extrañeza antes de que algo más importante requiera nuestra atención. No nos damos cuenta en ese instante que, con absoluta seguridad, en un par de días lo necesitaremos con desesperación y no lo encontraremos en ningún lado.

¿Cuándo aprendimos estas habilidades? ¿Dónde nace el impulso, en algunos más parecido a un acto de fe, de pensar que podemos, con algunas herramientas, transformar los elementos que nos rodean? Y ¿Por qué esta necesidad, justamente, de transformar algunos elementos que nos rodean? ¿Es comodidad propia? ¿Es un acto de servicio hacia quienes nos rodean?

En mi caso, me remite a días de mi infancia, a una caja de herramientas de metal, color azul, que la empujaba detrás de los pasos de papá. Mientras desarmaba una enceradora, o acomodaba la bisagra de una puerta en nuestra casa de los suburbios, me iba pidiendo las herramientas. La caja tenía un jabón, el cual perforaba con tornillos antes de ponerlos en la madera. Eran momentos en que estábamos los dos solos, con papá, reparando algo para todos los demás en nuestro hogar. Vivíamos en una casa que pertenecía a la fábrica donde trabajaba papá. Era suficiente levantar el teléfono para que algunas de estas reparaciones menores la hicieran personas especializadas. Papá tenía un trabajo muy absorbente, y no disponía de mucho tiempo. Sin embargo, las hacíamos nosotros. Tal vez fueron unas pocas tardes de mi infancia. Pero dejaron su impronta. Estoy seguro que en parte papá lo hacía para estar presente en la casa, como si la enceradora reparada, la puerta con la bisagra nueva pudieran proyectar un luz,  hablarnos de él en su ausencia.

Pensándolo bien, es posible que muchos de nuestros actos nos continúen, hablen de nosotros en nuestra ausencia. Y en tu caso, estimado lector o lectora, ¿de dónde te parece que surge este impulso y a quien te remite? Esperamos que lo compartas enviando un mail a ymca@ymca.org.ar Y por favor, recordá, el destornillador fue visto por última vez al lado del control remoto del aire acondicionado…

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