Continúa realizando estudios a nivel universitario en Toledo y en Madrid toma conocimiento de la vacuna de Jenner, a la que dedica la obra que publica en 1796 y que titula “Introducción para la conservación y administración de la vacuna, y para el establecimiento de juntas que cuiden de ella”. En el mismo año en que se organiza la expedición (1803) traduce y publica 500 ejemplares del “Tratado Histórico y Práctico de la Vacuna” de J. L. Moreau de la Sarthe, del que se imprimen en el mismo año otros 2000 ejemplares, y del que la Expedición Filantrópica lleva varios centenares para su distribución en los lugares que visitará.
Si bien es indudable que sus conocimientos profesionales lo hacen idóneo para el cargo, es posible pensar también que en la decisión de elegirlo como único director hayan pesado sus relaciones sociales (en 1795 había obtenido el nombramiento de Cirujano Honorario de Carlos IV). Entre 1803 y 1806 recorrió Venezuela, Cuba, México y Filipinas. Durante el regreso hace escala en la isla de Santa Elena y es desde este punto que la vacuna es introducida en África. A su regreso a España es nombrado inspector general de la Vacuna. Hombre de gran prestigio fue Cirujano de Cámara de Carlos IV y de su hijo Fernando VII, así como miembro de la Junta Superior de Cirugía.
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna
La expedición se inicia el 30 de noviembre de 1803, día en que desde el puerto de La Coruña zarpa hacia el oeste, a bordo de la goleta “María Pita” el equipo constituido por 4 médicos, 2 cirujanos y 3 enfermeros. Junto a ellos viaja una rectora a cargo del cuidado y la educación de los 22 niños expósitos, quienes serán los encargados de portar la vacuna transmitiendo la infección brazo a brazo.
La primera escala es Canarias y luego Puerto Rico, costa de Venezuela y Caracas. En mayo de 1804 una rama de la expedición a cargo de Joseph Salvany acomete la tarea en los actuales Panamá, Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú, donde Salvany enferma y muere en 1810. La otra rama, bajo la dirección de Balmis se dirige a México, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y los actuales estados de Nuevo México, Arizona, Texas y California. Balmis parte luego (febrero de 1805) rumbo a Filipinas, dirigiéndose luego a la colonia portuguesa de Macao y a la ciudad china de Cantón, vacunando en todos los sitios que visita. El 14 de agosto de 1806, luego de tres años de labor continua en un viaje que había sido previsto para durar un año, Balmis llega de regreso a Lisboa, habiendo concretado la vuelta al mundo. La Expedición finalizó oficialmente en 1813 y se estima que vacunó a más de 250.000 personas.
La “Primera enfermera en misión internacional”
Isabel Zendal Gómez nació en 1771 en Galicia (España) y murió en Puebla (México) en fecha desconocida. Su madre falleció de viruela cuando ella tenía 13 años. A pesar de la pobreza de su hogar recibió educación en el colegio parroquial, a los 20 años ingresa en el Hospital de la Caridad de La Coruña como ayudante y, en 1793, nace su hijo Benito, a quién cría en el establecimiento, como madre soltera. Alcanza en 1880 el cargo de rectora y goza de fama de gran experiencia y mucho cariño en el cuidado de los pequeños huérfanos y enfermos. A raíz de ello, en 1803 Balmis entra en contacto con ella para contratarla como responsable del cuidado y educación de los niños que formarían parte de la expedición. En forma inusual (por tratarse de una mujer) se le ofrece un muy importante sueldo y, en palabras de las Normas de la Expedición, se le asigna la responsabilidad de que los pequeños pasajeros fueran: "... bien tratados, mantenidos y educados, hasta que tengan ocupación o destino con que vivir, conforme a su clase y devueltos a los pueblos de su naturaleza, los que se hubiesen sacado con esa condición". Isabel se quedó a vivir en Puebla (México) con su hijo Benito Vélez, que también había sido uno de los niños de la expedición.
Su labor permaneció por mucho tiempo desconocida y, si bien en la actualidad ha sido objeto de reconocimiento y cuenta ya con un monumento y una calle en La Coruña, sigue siendo desconocida para la mayor parte del mundo, a pesar de que México otorga desde 1975 el premio "Enfermera Isabel Cendala y Gómez" a quien se haya distinguido profesionalmente en la actividad de enfermería en cualquiera de sus especialidades y la Organización Mundial de la Salud la ha reconocido como la primera mujer enfermera en participar de una expedición sanitaria internacional.
Los 22 niños
Era necesario para que la expedición tuviera éxito contar con un relevo permanente de póstulas frescas y para ello se inocularía a los niños, que en número de 22, fueron seleccionados por no haber pasado previamente la viruela. Además de Benito, el propio hijo de Isabel, a la sazón de nueve años, los niños restantes, todos ellos huérfanos, provenían once del Hospital de la Caridad de La Coruña, del que Isabel era rectora, cinco de Santiago de Compostela y seis de la Casa de Desamparados de Madrid. Entre los nombres que se han conservado pueden mencionarse: Andrés Naya (8 años), Antonio Veredia (7 años), Cándido (7 años), Clemente (6 años), Domingo Naya (6 años), Francisco Antonio (9 años), Francisco Florencio (5 años), Gerónimo María (7 años), Jacinto (6 años), José (3 años), Juan Antonio (5 años), Juan Francisco (9 años), José Jorge Nicolás de los Dolores (3 años), José Manuel María (6 años), Manuel María (3 años), Martín (3 años), Pascual Aniceto (3 años), Tomás Melitón (3 años), Vicente Ferrer (7 años), Vicente María Sale y Bellido (3 años). A cada niño se le asignaron dos pares de zapatos, seis camisas, un sombrero, tres pantalones con sus respectivas chaquetas de lienzo y un pantalón de paño más grueso “para los días más fríos”, junto con tres pañuelos de cuello y tres de nariz. Su “hatillo” se completaba con un vaso, un plato y los cubiertos. Si bien algunos artículos mencionan que los niños fueron inoculados para la conservación de la vacuna, es importante señalar que el proceso fue en realidad más complejo. Sólo dos de los niños fueron inoculados antes de la partida y luego de un cierto tiempo, cuando sus pústulas estaban en condiciones de suministrar el fluido vacunífero se transmitía la infección a otros dos niños y así sucesivamente. Naturalmente cada par de niños sólo podía ser útil al proceso una sola vez, pues luego quedaban inmunizados. Luego de la llegada a América algunos de los niños fueron adoptados por familias locales, siendo reemplazados por otros niños huérfanos americanos para la continuación de la expedición. Ninguno de los niños regresó a España. En el puerto de La Coruña se les ha erigido un monumento, obra del escultor gallego Acisclo Manzano (1940) y en el Museo La Casa del Hombre, de la misma ciudad, una serie de columnas de granito portan placas con sus nombres. América les debe aún el reconocimiento que merecen.
Recientemente se han escrito algunos libros, como “Los niños de la viruela” de María Solar e “Isabel Zendal en la Expedición de la Vacuna” de Borja López Cotelo y María Olmo Béjar; y se han filmado algunas películas sobre la Expedición, como “22 Ángeles” basada en el libro “Ángeles Custodios” de Almudena de Arteaga, pero no han alcanzado la difusión que la empresa merece.
La variolización en Buenos Aires
Como ya se ha señalado, el desarrollo de la vacuna y del proceso de vacunación estuvo precedido por el de variolización, en el que el suero se obtenía de pústulas de viruela humana y no de viruela vacuna. Este procedimiento se aplicó también (sobre todo por vías no oficiales) en toda América y, naturalmente, en Buenos Aires y su área de influencia, antes de la llegada de la vacuna propiamente dicha, por lo que merece que se le dediquen unas palabras.
Miguel Gorman (1749-1819), cuyo apellido original es O´Gorman, fue un médico de origen irlandés que en 1766 se incorporó, en calidad de primer médico al ejército español. En 1771 se traslada a Londres con el propósito de aprender allí la técnica de inoculación antivariólica, que comienza a aplicar a su regreso en 1772. Cuando Pedro Antonio de Cevallos es designado primer virrey del Río de la Plata, en 1776, Gorman lo acompaña en calidad de médico personal y, a su iniciativa, se crea poco después el Tribunal del Protomedicato, en el año 1780, siendo virrey Juan José de Vértiz. Su actividad como sanitarista, en una ciudad en la que escaseaban médicos y farmacias, no tiene descanso y promueve el método de inoculación como forma de lucha contra la viruela, habiéndose hecho las primeras inoculaciones recién hacia 1784 por problemas con la provisión de costras adecuadas.
Posteriormente, en 1799, crea la Escuela de Medicina y Cirugía, origen de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Al tomar conocimiento de la existencia del método de Jenner, Gorman solicita en forma insistente a España que se le envié la vacuna.
Las primeras vacunaciones
El padre Feliciano José Pueyrredón (1767-1826) era el hermano mayor de Juan Martín de Pueyrredón y, como toda su familia, tuvo destacada actuación tanto en las luchas contra los invasores ingleses en 1806 y 1807, como luego en el movimiento revolucionario de Mayo de 1810. Estudió filosofía y teología en el Colegio de San Carlos, de Buenos Aires, y completó su formación en derecho canónico y teología en la Universidad de Charcas. En 1795 fue consagrado sacerdote y en 1798 es designado cura párroco de Baradero y luego, en 1802 lo es de San Pedro. Hay autores que mencionan que en esta época habría realizado vacunaciones, pero no se han podido encontrar las fuentes de estos datos ni se conoce el origen que podría haber tenido el suero utilizado por Pueyrredón. Otros autores le asignan esta tarea al momento de ser traída la vacuna desde Montevideo, en 1805. El tema requiere investigación adicional para ser demostrado de modo incontestable, dicho esto sin intentar desmerecer la labor que pueda haber realizado Pueyrredón, pero en honor de la búsqueda de fuentes originales fidedignas.
Dado que ninguna de las ramificaciones de la Expedición Filantrópica llegó al territorio del Virreinato del Río de la Plata, la vacuna hizo su aparición oficial y documentada a partir de cepas provenientes del Brasil, que fueron transportadas por negras esclavas a bordo del buque negrero “Rosa de Río”, propiedad de Antonio Machado, que atraca en Montevideo a mediados de 1805, donde se comienza a vacunar y desde donde llega a esta orilla del Plata primero en cristales (es decir en forma de fluido impregnado en algodón y sellado con cera entre dos placas de vidrio) y luego a través de dos jóvenes negros inoculados. La nueva vacuna comienza a ser aplicada inmediatamente, estando el propio virrey, Rafael de Sobremonte (1745-1827) interesado en ello, para lo que crea el Conservatorio de la Vacuna, que debería encargarse de la conservación (vía transmisión y en vidrio) del fluido y de la aplicación de la vacuna. En ese mismo año de 1805 y por orden del virrey la Real Imprenta de los Niños Expósitos publica las “Instrucciones para la inoculación vacuna” escritas por Gorman.
La primera vacunación oficial se realizó el 2 de Agosto (algunos autores mencionan el 28 de Julio) y tuvo lugar en el Fuerte, siendo inoculados cinco niños de la Casa de Expósitos. La vacunación continuó los días siguientes con medio centenar de personas de diferentes edades y ambos sexos, algunas de las cuales fueron proveedoras del suero que permitió continuar vacunando hasta que a mediados del mes de agosto más de doscientas personas habían recibido la nueva vacuna. Al trabajo inicial de los doctores Juan García Valdez y Silvio Gaffarot se sumaron el doctor Cosme Argerich y otros, facilitando la tarea de administración de la vacuna, pero entre 1806 y 1809 la vacunación oficial se discontinúa, aunque se mantiene por iniciativa privada, hasta que en 1809 el Protomedicato retoma con fuerza el proyecto de lucha contra la viruela y propone la creación de un cargo, el de “Comisionado General de la Vacuna”. Es en estas circunstancias que adquiere inusitado relieve la figura de Saturnino Segurola (1776-1854).
Segurola recibió su formación inicial en el Real Colegio de San Carlos, de Buenos Aires y luego se traslada a Santiago de Chile para completar sus estudios de Teología en la Universidad de San Felipe. A su regreso desempeña sus tareas eclesiásticas en la Parroquia del Socorro y desarrolla una intensa labor cultural y científica. Interesado en la salud pública, estuvo presente en las primeras vacunaciones realizadas en presencia del virrey y adhirió inmediatamente, con convicción y entusiasmo a las recomendaciones que Sobremonte hace a los clérigos, a quienes solicita promuevan la vacunación entre sus feligreses en todas las parroquias de la ciudad y convenzan a los padres que vacunen a los niños. Cuando el Cabildo, siguiendo las instrucción del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros (1756-1829) abre la convocatoria de candidatos al cargo de Comisionado General de la Vacuna, Segurola presenta su proyecto y se postula para desempeñar el cargo en forma honoraria, señalando que “Por este servicio ni pido ni pediré nada, solo deseo ser útil a la humanidad y a la patria” siéndole adjudicado el cargo. Con posterioridad a estos sucesos, en 1813, el Triunvirato lo designó Director General de la Vacuna en la ciudad y la campaña de Buenos Aires.
Desde 1805 como iniciativa personal, y en forma oficial desde 1813 hasta 1821, año en que Bernardino Rivadavia reestructura el servicio, Segurola tuvo a su cargo la tarea de conservar, difundir y aplicar la vacuna. Su labor no fue fácil, no sólo porque eran tiempos en los que no se disponían de los adelantos tecnológicos actuales para la conservación, sino por la oposición de los “antivacunas” de la época, grupo en el que, al igual que hoy, se incluían numerosos médicos y personas que negaban los beneficios del procedimiento.
Es interesante señalar que la figura de Segurola trasciende las fronteras de Buenos Aires y su campaña y se lo reconoce incluso en Europa, siendo el mismo Edward Jenner quién le solicita lo mantenga informado de los avances en las campañas de vacunación y le otorga el título de “Vacunador Honorario” por parte de la Real Sociedad Jenneriana de Londres, organización que él preside y funciona como un instituto de vacunación.
Los jueves vacunas
De acuerdo con la tradición, los días jueves Segurola vacunaba en forma gratuita a quién quisiera recibir la vacuna, para ello se instalaba a la sombra de un pacará (timbó colorado u oreja de negro) en la quinta que su hermano Romualdo poseía en lo que es hoy Parque Chacabuco. Un retoño de este árbol se conserva en la plazoleta Dr. J. L. Romero, situada en el cruce de las calles Puán y B. Fernández Moreno.
Este hombre incansable fue también miembro del Cabildo, bibliotecario y director de la Biblioteca Pública, diputado a la Asamblea Constituyente, administrador de la Casa de Niños Expósitos e Inspector General de Escuelas y profesor de la Universidad de Buenos Aires. Cuando falleció, Bartolomé Mitre, escribió en un artículo periodístico “En cualquier parte del mundo donde hubiese existido un hombre como el que acabamos de perder, el pueblo, agradecido a sus beneficios, le levantaría estatuas”. Han pasado casi 170 años y eso aún no ha ocurrido, siendo incluso difícil encontrar apenas un retrato de él.
Si bien el Segundo Triunvirato, dispuso la obligatoriedad de la vacuna antivariólica en todo el país, esta ley, como tantas otras la ley no fue cumplida en la medida en que lo merecía. En 1821, como se señaló, se crea el Departamento Oficial de Vacunación y se realizan algunos progresos. Es importante destacar que, a comienzos de la década de 1840, Francisco Javier Muñiz nota que una vaca de la zona de Luján, donde residía, presenta evidencias de viruela vacuna y recoge y prepara restos de sus pústulas para generar la vacuna en forma local. En 1844 se traslada a Buenos Aires para vacunar a centenares de personas a partir del suero obtenido de las pústulas de su hija, a la que había vacunado recientemente. Al igual que Segurola, Muñíz fue distinguido por la Real Sociedad Jenneriana (sucesora de la fundada por Jenner), que lo nombró Miembro Honorario. En 1880, la Administración de Vacunas de Buenos Aires se integra en la Asistencia Pública y la vacunación se exige por ley a todos los niños a partir de los cinco años.
Dígase para finalizar con estos apuntes acerca de la primera vacuna que, contrariamente a lo sostenido por los grupos que se opusieron a ella desde el momento mismo de su desarrollo (primero como técnica de variolización y luego a partir de la vacuna de Jenner), la lucha contra la viruela concluyó con éxito y salvó millones de vidas en todo el mundo. Como se ha dicho antes, la Organización Mundial de la Salud considera que la viruela ha sido erradicada desde 1980 y actualmente se discute si es necesario conservar las cepas que aún se guardan en algunos centros de salud.
En la próxima nota de esta serie se hará referencia a las epidemias que jalonaron el siglo XIX y que, ya hacia fines del mismo, forzaron una acelerada marcha hacia las propuestas higienistas que distinguirán al siglo XX.
(*) José Sellés-Martínez es español, Doctor en Geología, Docente de la Universidad de Buenos Aires y socio de la YMCA desde 2016, así como miembro de su Club de Embajadores.