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El día después

Coordinado por Santiago Prieto

La superstición trae mala suerte.

Raymond Smullyan (1919-2017)

En esta sección se busca aportar a las reflexiones acerca de lo que sigue a este lapso de alarma y preocupación, a esta crisis que genera la pandemia del COVID-19. Es decir que en ella tratamos de acercar contribuciones para pensar qué cosas serán iguales y cuáles distintas, quiénes seremos, qué sociedad conformaremos, qué roles y qué lugar se le requerirán a los Estados, qué impacto tendrá sobre las relaciones sociales y productivas. Qué aprenderemos de esta pandemia.

La humanidad debió afrontar diversas crisis en su historia, varias de ellas desatadas por epidemias masivas que la pusieron a ella y a la civilización en grave riesgo, a veces al borde del precipicio. Hoy la ciencia tiene más recursos, más razones y genera mejores respuestas. Seguramente esta pandemia del COVID-19 tendrá consecuencias menos dramáticas en términos de cantidades. No obstante, probablemente cuestionará los modos en que nuestras sociedades se organizan, distribuyen los recursos, atienden la salud, gestionan la educación y no sólo en los momentos de las crisis. A lo mejor, la solidaridad reaparecerá no sólo como un valor deseable en lo individual sino también como un atributo exigido a los modos de organización social, económica y política. Sobre estos y otros aspectos pensaremos juntos. Tal vez al mirarnos en esta situación crítica y atípica descubriremos que si constituyéramos una sociedad y una humanidad justas y todos estuviéramos bien, todos viviríamos mejor.

Compartimos en esta edición una nota preparada por Fabián Bosoer. Enriquece, amplía las miradas, provoca la reflexión y el análisis, al tiempo que aporta lineamientos y orientaciones para la construcción de una sociedad solidaria y un futuro posible para la humanidad.

La pandemia del año 20

Ética de la solidaridad y cuidado del prójimo

Por Fabián Bosoer (*)

Los historiadores del futuro fijarán su atención en lo que seguramente se estudiará como “la pandemia del año 20”. Momento en que se detuvo el motor que hacía mover las ruedas de la economía global, el comercio internacional y el movimiento de personas en todo el mundo, por un desconocido virus originado en China y esparcido a escala planetaria con la velocidad impresa por las propias dinámicas de la globalización.

Salud, economía y fronteras. En marzo de este año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que el contagio masivo del Covid-19 tenía carácter de pandemia mundial y que sería un “error fatal” creer que algún país estaría sustraído o preservado. Y fueron los epidemiólogos, especialistas, médicos y personal sanitario, periodistas, documentalistas y los propios afectados los que empezaron a relatar con crónicas estremecedoras las alternativas de esta emergencia sanitaria mientras el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, declaraba que todo podría “quedar fuera de control y derivar en consecuencias dramáticas para la salud y la economía globales”.

Las economías se paralizaron, las plazas financieras se derrumbaron, ciudades, países y regiones entraron en distintas modalidades de cuarentena, “estado de emergencia” y “toque de queda”, las calles vacías y tropas desplegadas en los principales centros urbanos como sólo las películas, series y novelas de ciencia ficción se habían atrevido a anticipar. Se cancelaron las actividades públicas y eventos masivos en los cinco continentes: de Beijing, Shanghai y Tokio a Milán y Venecia, de París a Hong Kong, de La Meca al Vaticano. Quedamos a partir de entonces confinados en nuestras casas y barrios, detenidos en el tiempo y en aislamiento o reclusión, trasladando gran parte de nuestra movilidad y sociabilidad a la conectividad virtual en teléfonos móviles y computadoras.

En un tiempo como el que estamos atravesando, las propias nociones de tiempo y espacio, súbitamente se resignifican. “Allí afuera”, el mundo real deviene un territorio hostil, amenazante, inseguro y riesgoso. Escuelas, parques, teatros, iglesias, estadios, centros comerciales vacíos y clausurados se convierten en hospitales o lugares de internación para la población contagiada; los ejércitos se despliegan para distribuir ayuda humanitaria, comida y frazadas en los barrios carenciados. Las fronteras se cierran, los municipios y ciudades se amurallan.

Medioevo o Renacimiento. Así se estudió durante mucho tiempo la Edad Media, como una época dominada por el aislamiento y el miedo alimentado por la inseguridad endémica, la violencia y la brutalidad de las guerras, invasiones y epidemias apocalípticas. Le debemos a grandes historiadores, novelistas, películas y series una mirada más rica de aquellos tiempos pre-modernos, con sus intensas luces y sombras; épocas de guerreros, peregrinos y mercaderes, choques de civilizaciones y cruzadas; también de intercambios y mestizajes culturales que ampliaron los horizontes intelectuales de la civilización humana.

En los primeros ’70, Umberto Eco junto a Roberto Vacca y Furio Colombo advirtieron sobre la llegada de una nueva Edad Media, en un futuro no lejano, por la degradación de los sistemas imperantes. Transitamos ahora estos tiempos neo-medioevales en la aldea global convertida en un Arca de Noé planetaria, como escribiera Eco, en un delicado equilibrio “entre la nostalgia, la desesperación y la esperanza”. La esperanza radica, en este caso, en la oportunidad de replantear modelos de producción y consumo, organización social y política que venían mostrando ya antes de esta pandemia signos de agotamiento. La diferencia, en este caso, entre entender al medio ambiente como una “fuerza hostil” con la que los humanos deben resignarse a lidiar disputando por la apropiación de recursos, o avanzar en la comprensión de los modos en que las fuerzas humanas “hostilizan” su propio hábitat hasta hacerlo inhabitable. Lo que ha tenido la pandemia de 2020 como momento propiciatorio para cambios de rumbo en el curso de la historia. 

Riesgo o catástrofe. También sabemos que situaciones inesperadas como la de esta pandemia fueron anticipadas en numerosas prospectivas elaboradas por especialistas, en China, donde esto comenzó, y en Occidente, donde se propagó. Veinte años después de publicar su libro La sociedad del riesgo, el sociólogo alemán Ulrich Beck publicó en 2007 La sociedad del riesgo mundial, una oportuna revisión de los riesgos del siglo XXI y cómo afrontarlos. Allí propuso diferenciar entre riesgo y catástrofe: “La anticipación escenificada de destrucciones y catástrofes hace de la prevención un deber”. Y otra vez, la paradoja de nuestro tiempo: las amenazas y riesgos globales producen repliegues nacionales y reflujos locales, mientras se hace evidente la necesidad de respuestas mancomunadas, pensamiento y acción cosmopolita. Al momento de escribir estas líneas (18/6), las cifras de contagios ascienden a 8,3 millones de personas, los muertos por coronavirus superan los 449 mil en todo el mundo. En nuestro país, 35.500 los contagiados y 900 los muertos. Cuando lean estas líneas, la cifra habrá vuelto a trepar en decenas, cientos, miles.  

Una ética social. La Argentina –los gobiernos nacional y provinciales y la sociedad en su conjunto, sin distinciones sociales o políticas y con pocas excepciones- han venido cumpliendo con la cuarentena recomendada por los especialistas como principal defensa para afrontar la pandemia. El aprendizaje que debemos extraer de ella es el reconocimiento del valor que tiene el principio de la solidaridad activa, que se fundamenta en una ética social humanista.

Esta convicción, que nutre nuestra reflexión y nuestras acciones en la vida cotidiana, reconoce las tensiones propias de dicha búsqueda y la naturaleza conflictiva de una realidad social de acentuadas desigualdades y persistentes situaciones de injusticia. Pero lejos de considerar estas tensiones y conflictos como algo que debemos soslayar, negar o aceptar con resignación, las asume como desafíos y fuentes de energía para transformarlas y contribuir al mejor desarrollo de nuestra comunidad y vecindad. Una ética de la solidaridad activa implica, entre otras cosas, poder mirar a la sociedad desde el punto de vista de quien está en desventaja o en condiciones de mayor vulnerabilidad, cualquiera fuera la situación o posición en que nos encontremos. Implica también poder actuar en consecuencia para transformar dichas desigualdades en oportunidades y competencias más inclusivas, equilibradas y plenas. 

Con esta pandemia experimentamos en carne propia que el cuidado de nosotros mismos pasa por el cuidado del prójimo, y que no hay camino de realización o salvación individual si no protegemos a la comunidad de la que formamos parte y al hábitat que nos contiene. Hay siempre situaciones y responsabilidades que nos exceden. Pero también hay principios filosóficos que vinculan la ética individual con la ética social. Cosechamos lo que sembramos. Recibimos lo que damos. Ojalá nos quede como enseñanza de estos tiempos de marasmo. Porque la vamos a necesitar.

(*) Fabián Bosoer es periodista y politólogo. Editor Jefe de la sección Opinión del Diario Clarín. Profesor e investigador en UNTREF/IDEIA. Autor de varios libros sobre historia política argentina. Miembro y activo colaborador de la YMCA e integrante de su Club de Embajadores.

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