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Tantas cosas teníamos pendientes

Por Javier Petit de Meurville

Creemos que conocemos una historia pero a veces, en realidad, conocemos una parte y lo que ignoramos puede enriquecer o contradecir lo que sabemos. Nos sucede con las palabras, con las expresiones.

Cuando mi amigo Rubén me contó que hacía meditación (ver) y me hizo referencia a la parábola de Chuang Tzu, que se sintetiza en “un hombre que soñó ser una mariposa, y al despertar no sabía si era una mariposa que había soñado ser un hombre, o un hombre que soñaba ser una mariposa”, algo quedó resonando en mí. No sabía bien por qué, pero la asociaba a otra parábola que ha quedado prendida en mi memoria, la parábola de los talentos.

En estos días de cuarentena por más que estemos, a veces, con el teletrabajo, atendiendo un asunto a las 22 horas de un sábado, el tiempo adquiere otra textura, es como si tuviera una porosidad que nos permite, con más frecuencia que antes, profundizar en algunos pensamientos o asuntos que teníamos pendientes.

Tal vez por eso me encontré con la parábola completa.

Chuang Tzu sueña que es una mariposa. El sueño es tan potente que siente su cuerpo leve, acomodándose a sus alas; percibe la ligereza al volar en un jardín multicolor. Se acerca a una flor de colores hermosos y degusta el polen de las mismas cuando advierte a un camaleón. El camaleón es el peor enemigo de las mariposas, pues su belleza no lo atraganta. La mariposa que es Chuang Tzu se queda inmóvil. Escucha el zumbido de un moscardón. El otro ojo del camaleón también lo advierte. Chuang Tzu teme ser devorado, pero sabe que tiene una esperanza. El Camaleón dispara su larga lengua y atrapa al moscardón. La mariposa que es Chuang Tzu huye con todas sus fuerza, se ha salvado, pero advierte los riesgos del bello jardín y lo frágil de ser una mariposa. Se duerme y sueña que es un hombre que se llama Chuang Tzu. Por ello, al despertar, no sabe si es una mariposa que sueña ser un hombre, o un hombre que sueña ser una mariposa.

Quisiera que esté aquí el padre Fernández o la señorita Julia, sacerdote y catequista, respectivamente, de una iglesia de los suburbios de Buenos Aires en los tiempos de mis pantalones cortos y quienes fueron los primeros en enseñarme la parábola de los talentos. Mis palabras no igualarán ni la calidez ni la oratoria.

En la parábola de los talentos, un Señor se aleja de sus tierras pero antes le da a cada uno de sus tres siervos cinco, dos y un talento, a cada uno, según sus habilidades. Al regresar el señor, el siervo de los cinco talentos ha conseguido con ellos otros cinco; el de los dos, ha conseguido duplicar los mismos. Ambos, aunque el rendimiento es cuantitativamente diferente, reciben el miso premio. El tercero, temeroso de perder lo que le habían entregado, lo envolvió y lo enterró. Al llegar el Señor, le devuelve lo mismo que éste le había dado. El tercer siervo es castigado por el Señor.

No sé muy bien por qué he asociado estas dos parábolas. Muchos, a esta altura, pensarán que sería necesario que las autoridades sanitarias permitan las prácticas psicoanalíticas. O, por lo menos, que se lo permitan a aquel profesional que se atreva a asistir al autor de estas líneas.

La belleza de la parábola de Chuang Tzu en su versión abreviada, apela a los límites borrosos que muchas veces tiene la realidad; al poder de comunicación que los sueños ejercen en nosotros y a la posibilidad de transformarnos, sobrepasando, incluso, los límites de la materia, que se vuelven aparentes. Sin embargo, en su versión completa, nos hablan de la fragilidad de la vida, del temor a la pérdida.

Una de las potencias de la parábola de los talentos, es que nos pone en acción. Algo que nos es dado en custodia, no es para mantenerlo, sino para ponerlo en juego, expresarlo, multiplicarlo. No importa si es mucho o poco lo que hemos recibido, tampoco es tan importante cuánto es el producido. Lo único que importa es no negarlo, guardarlo, esconderlo. Lo que importa, tal vez, es no temer la pérdida.

Otra de las bellezas, tal vez, de esta parábola es que el "talento”, que era una unidad de medida en la antigüedad, en nuestros días, se refiere a una unidad de valor o de capacidad de las personas. Y quiero pensar que el poder de la palabra ha provocado, en el tiempo, esta transformación.

Los días se han convertido en semanas y luego en meses de cuarentena. Con ello, la mayoría sentimos que hemos perdido algo y tememos perder aún más, profundizándose la desazón y la angustia.

Olvidamos, tal vez, que la vida misma no la creamos nosotros, sino que nos ha sido dada. Y que desde que nacemos perdemos algo, día a día.

A veces, como en la versión completa de la historia de Chuang Tzu, queremos aprovechar la fuerza de la transformación para escapar de la fragilidad, de la pérdida.

Olvidamos tal vez que a todos nos han dado talentos. No importa si son muchos o pocos. Al fin de cuentas, lo significativo será qué hacemos con ellos. Si los ponemos en acción o si los guardamos bajo tierra.

Y en la cuenta final, el resultado no será cuestión de unidades de medidas, sino de valores.

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